Ahora ya sé quién soy

23 11 2011

No hay palabras para que te cuente de lo tóxico y lo sucio que he conseguido arrancar a tiras de las paredes de mi alma, como jirones de papel pintado que se resisten a ser despegados de la pared y se desmenuzan en restos pegajosos, a dejar las paredes desnudas al aire sin más disfraz. Con mi alma en carne viva, desnuda de una forma más allá de lo obsceno, todavía no puedo dejar que me toques con tus manos. Arráncate las palmas, abandona tus huellas dactilares, para mezclar tu sangre con la mía y que no nos molesten los tapujos ni las barreras íntimas que nos traemos a la cama cuando no queremos dormir solos. No puedo dejar que te acerques, ya no, con la pesada carga de lo que no es honesto, de lo que no es amor. Todavía no, te tengo que contar.

Soy la diosa, el tótem y la sacerdotisa, soy el objeto de mis propias creencias, la virgen sacrificada, la daga asesina y el mártir lagrimeante que sigue caminando con los pies cuajados de llagas y pústulas.

Esta es mi carta de amor y por eso no puedes acercarte o alcanzarme con los dedos sin escuchar esto antes. Es un amor a mí que no comprenderías, es la decisión tomada y los ojos que empiezan a ver lo que de verdad nos rodea.

No hay palabras, por más que a mí me sobren, para contarte de qué manera soy hermosa, no podrías soportarlo. De qué manera soy del mundo y no sólo tuya. De que forma soy un torrente de amor y gratitud de quien todos deberían beber hasta secarme, hasta saciarse de bondad.

Tengo conciencia de un mundo enfermo; mis piernas enraízan profundo y canalizan un dolor prehistórico, atávico, sin nombre pero inmenso. La salvia de mis pies, que se mezcla con mi sangre, me cuenta historias sin fin de la vida que se extingue muda, sin emitir siquiera un quejido de dolor. Me explica el amor incondicional por un hijo díscolo, los regalos rotos y me habla de la generosidad malgastada. Sin rencor, sólo con la tristeza del agonizante que deja una obra inacabada. Me duelen aquellos que se van, que se están yendo y los que se quieren ir.

Tengo conciencia de un mundo enfermo; soy la energía femenina y en mi vientre se gestan todos los bebés del mundo. Los deseados, los enfermos, los accidentales, los que no nacerán, los que serán queridos y los que no. A través de mi vientre se filtra toda la ingenuidad, la confianza y el amor maternal que un bebé emana y provoca. Aquí, entre mis muslos, nace la esperanza que necesito. Para seguir, para creer, para amar, para escuchar, para luchar y, sobre todo, para saber cuándo tengo que dejar de luchar. Soy la mujer del mundo, su esposa, su hija, su amante, su madre.

Tengo conciencia de un mundo enfermo; mis vísceras, mis entrañas me han contado las historias de muerte. Me han hablado de los días envenenados, las personas de influencia maligna, los alimentos ponzoñosos en los que me revuelco y, lo más importante, la autodestrucción a la que he sometido con perfecta disciplina. Sin embargo, mi cuerpo me ha susurrado al oído cuánto me ama y lo fácil que será que vivamos una longeva convivencia. Ése es un secreto que no estás preparado para escuchar.

Y tengo conciencia de un mundo enfermo gracias a unos ojos, mis ojos, que han dejado de mirar para empezar a ver. Y han visto tanta hermosura alrededor que casi no han podido soportarlo. He llorado por todo el sufrimiento y por todo el dolor, he llorado con auténtica pena, con las lagrimas que descansan en el fondo de los pulmones hasta agotarlas y agotarme. En ese momento, con el alma en carne viva y el espíritu desnudo, es cuando ha habido lugar para la hermosura y la esperanza.

Mi amor empieza en mí, pasa por ti y alcanza a todos y cada uno de los seres. Esta es una carta de amor que me curará.

La Mujer Biónica

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La Mujer Biónica lee: El paréntesis de Élodie Durand

6 07 2011

Hoy, a la palestra, El paréntesis de Élodie Durand.

La editorial Sins Entido edita magníficamente la novela gráfica El Paréntesis de la francesa Élodie Durand. Es la historia autobiográfica de la autora que sufrió, cuando era una veinteañera, una extraña enfermedad neurológica que iba despojándola de recuerdos, conocimientos y autonomía a medida que avanzaba. A través de los dibujos hechos con posterioridad a medida de la historia y utilizando también algunos dibujos bosquejados por la autora durante la propia enfermedad, consigue meternos en la inquietud, la zozobra y el agotamiento que supone una enfermedad larga e incapacitante como la que nos trata de acercar.

Hoy ya completamente recuperada de aquel episodio que se extendió durante unos años, Élodie Durand nos transmite con una asombrosa facilidad el darse cuenta de la enfermedad, su peregrinar entre médicos y diagnósticos encontrados entre sí, los dolorosos tratamientos que planteaban más riesgos que beneficios y, sobre todo, cómo un agujero negro en su mente iba devorando todo lo que supone la base de la vida de una persona: la construcción de la personalidad a través de las vivencias y la interacción con los demás.

Un empujón vital sobre la capacidad de resiliciencia del ser humano, la supervivencia más allá del mero agotamiento físico y la reconstrucción de uno mismo a partir de las cenizas. Una lectura fácil, que no ligera, y altamente recomendable para cualquiera que viva de cerca o sufra en primera persona la despersonalización de la enfermedad grave.





La mujer biónica lee: Solar de Ian McEwan

24 05 2011

Hoy, a la palestra, Solar de Ian McEwan

La mujer biónica acaba de terminar el libro cuyo título ha sido indicado más arriba. Éste nos zambulle en la vida de un físico durante quince años de su madurez, tras haber ganado el Premio Nobel, y mientras gesta y lleva a cabo un proyecto de proporciones descomunales que, de tener éxito, salvaría al mundo de su propia autodestrucción: el cambo climático.

Con estas premisas iniciales, nos presentan a un tipo con una mente brillante pero unas habilidades sociales más que dudosas, una presencia física que no destaca por su atractivo y que arrastra cuatro divorcios a sus espaldas, aparte de hallarse embarcado en un matrimonio que, por seguir con la metáfora marinera, naufraga por momentos. Michael Beard, el laureado físico, inicia una investigación junto a un alumno suyo sobre un revolucionario método para obtener electricidad limpia en grandes cantidades. El libro da su primer giro cuando dicho alumno muere en extrañas circunstancias y Beard continua la investigación en solitario.

El libro se divide en tres capítulos, 1995, 2000 y 2005, en lo que se narran los avatares sentimentales y profesionales del protagonista, con su consecuente maduración como personaje y la evolución a su alrededor.

Atrayente por su fino humor irónico que fluye como una corriente subterránea durante todo el libro, interesante por la documentada difusión de conocimientos científicos y un pelín cargante precisamente por eso, por el exceso de términos que no están al alcance del público no iniciado. Recomendable todo él, de la primera a la ultimísima página que no dejará a nadie impávido.