No hay palabras para que te cuente de lo tóxico y lo sucio que he conseguido arrancar a tiras de las paredes de mi alma, como jirones de papel pintado que se resisten a ser despegados de la pared y se desmenuzan en restos pegajosos, a dejar las paredes desnudas al aire sin más disfraz. Con mi alma en carne viva, desnuda de una forma más allá de lo obsceno, todavía no puedo dejar que me toques con tus manos. Arráncate las palmas, abandona tus huellas dactilares, para mezclar tu sangre con la mía y que no nos molesten los tapujos ni las barreras íntimas que nos traemos a la cama cuando no queremos dormir solos. No puedo dejar que te acerques, ya no, con la pesada carga de lo que no es honesto, de lo que no es amor. Todavía no, te tengo que contar.
Soy la diosa, el tótem y la sacerdotisa, soy el objeto de mis propias creencias, la virgen sacrificada, la daga asesina y el mártir lagrimeante que sigue caminando con los pies cuajados de llagas y pústulas.
Esta es mi carta de amor y por eso no puedes acercarte o alcanzarme con los dedos sin escuchar esto antes. Es un amor a mí que no comprenderías, es la decisión tomada y los ojos que empiezan a ver lo que de verdad nos rodea.
No hay palabras, por más que a mí me sobren, para contarte de qué manera soy hermosa, no podrías soportarlo. De qué manera soy del mundo y no sólo tuya. De que forma soy un torrente de amor y gratitud de quien todos deberían beber hasta secarme, hasta saciarse de bondad.
Tengo conciencia de un mundo enfermo; mis piernas enraízan profundo y canalizan un dolor prehistórico, atávico, sin nombre pero inmenso. La salvia de mis pies, que se mezcla con mi sangre, me cuenta historias sin fin de la vida que se extingue muda, sin emitir siquiera un quejido de dolor. Me explica el amor incondicional por un hijo díscolo, los regalos rotos y me habla de la generosidad malgastada. Sin rencor, sólo con la tristeza del agonizante que deja una obra inacabada. Me duelen aquellos que se van, que se están yendo y los que se quieren ir.
Tengo conciencia de un mundo enfermo; soy la energía femenina y en mi vientre se gestan todos los bebés del mundo. Los deseados, los enfermos, los accidentales, los que no nacerán, los que serán queridos y los que no. A través de mi vientre se filtra toda la ingenuidad, la confianza y el amor maternal que un bebé emana y provoca. Aquí, entre mis muslos, nace la esperanza que necesito. Para seguir, para creer, para amar, para escuchar, para luchar y, sobre todo, para saber cuándo tengo que dejar de luchar. Soy la mujer del mundo, su esposa, su hija, su amante, su madre.
Tengo conciencia de un mundo enfermo; mis vísceras, mis entrañas me han contado las historias de muerte. Me han hablado de los días envenenados, las personas de influencia maligna, los alimentos ponzoñosos en los que me revuelco y, lo más importante, la autodestrucción a la que he sometido con perfecta disciplina. Sin embargo, mi cuerpo me ha susurrado al oído cuánto me ama y lo fácil que será que vivamos una longeva convivencia. Ése es un secreto que no estás preparado para escuchar.
Y tengo conciencia de un mundo enfermo gracias a unos ojos, mis ojos, que han dejado de mirar para empezar a ver. Y han visto tanta hermosura alrededor que casi no han podido soportarlo. He llorado por todo el sufrimiento y por todo el dolor, he llorado con auténtica pena, con las lagrimas que descansan en el fondo de los pulmones hasta agotarlas y agotarme. En ese momento, con el alma en carne viva y el espíritu desnudo, es cuando ha habido lugar para la hermosura y la esperanza.
Mi amor empieza en mí, pasa por ti y alcanza a todos y cada uno de los seres. Esta es una carta de amor que me curará.
La Mujer Biónica
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